Platos rotos 3.
Ahora todo lo que me rodea asume un final catastrófico, dramático, mimado.
Siempre estuvo demasiado consentido
por ti.
No tiene remedio y yo
nunca he visto uno, así que
seguirá tocándome las pelotas
que pitan de manera estridente en los dientes de mis perros,
antes de que sepan que yo también
soy suya con tal de no ser tuya.
Lo tengo que decir bajito,
para que no llores en el patio de luces más cercano buscando consuelo.
¿No me buscabas a mí?
¿No me querías a mí?
Toda no se puede.
Necesito que hablemos de lo mismo,
lo siento muchísimo.
Lo siento todo muchísimo,
muchísimo,
muchísimo más que tú.
Y joder cuánto lo siento.
Hay una canción sacando una corchea
por mi ombligo,
recuerda devolverla al claro de luna
antes de que esté llena o
te vaciaré los bolsillos para hacerme un refugio de niños con dientes en la cara
que mastican patatas fritas apoyados en tu oreja derecha sin descanso,
para que no tengas ni eso ni nada.
Ya gotean brutos los techos que memorizamos,
rompiendo el suelo.
Deja de llorar y agárrate a la primera excusa que tengas para irte,
quiero estar sola en mitad de la palabra.
So - la.
No, ve con la palabra por delante.
YO SO-LA.
YO SOLA.
¿Hasta qué punto la soledad ocupa un lugar?
Frente a mí no veo otra cosa.
Te lo voy a chillar desquiciada porque es el disfraz para que no me recojas destrozada del suelo.

Me gusta mucho leerte. Un abrazo.
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